Hace unos días escuchaba que en una noche de invierno, durante una gran nevada en Galicia, hubo un accidente en el que chocaron dos coches. Los conductores salieron ilesos de sus vehículos. Pero mientras estaban recuperándose del susto llegó otro vehículo a toda velocidad.

Estos conductores, que estaban cerca de una valla, no se lo pensaron y saltaron la valla creyendo que salvarían su vida cayendo en el arcén. Como dije antes, era de noche y, desgraciadamente en lugar de saltar una valla, estaban tirándose de un puente.

Ambos murieron pensando que estaban haciendo lo correcto.

Esto me recuerda a lo que pasó en el accidente que involucró a los componentes de Supersubmarina, conocido grupo musical indie español y a un panadero.
Dice Miguel Ángel, el panadero, que estaba en el hospital «Como cada día salía de casa a hacer los repartos, de repente vi que me venía de frente un coche y lo esquivé, pero ellos dieron un volantazo, volvieron donde yo estaba y nos pegamos de frente” El conductor dio un volantazo y se estrellaron. Este accidente no ha tenido víctimas mortales, pero igual que el anterior sucedió a consecuencia de una mala decisión.

Y es que nuestra vida cambia mucho dependiendo de las decisiones que tomemos.
Porque algunas decisiones pueden darnos o incluso quitarnos la vida.

Hubo alguien que escogió darnos la vida, perdiendo la suya…para volverla a tomar.
Jesús nació en un pesebre, entre animales, para crecer en una familia humilde y enseñarnos muchas cosas. Es alguien que, siendo Dios mismo, se rebajó para enseñarnos a amar a los demás, se acercó a nosotros para dar un mensaje de esperanza, una nueva oportunidad.

Porque nuestra relación con Dios necesita ser restaurada.
Y Él hizo todo lo posible para reconciliarse con nosotros.

Pero para que tu y yo hoy podamos tener una nueva relación con Dios, alguien tenía que cambiarlo todo. Este fue Jesús. Porque así como en un juicio, nosotros estamos condenados por el pecado que nos separa de Dios. Y todos fallamos.

Dice la Biblia «Ciertamente no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque.” (Eclesiastés 7:20)

Así que necesitábamos alguien que pudiera reconciliarnos con Dios.
Para conseguirlo, sólo Jesús, como única persona impecable, podía sufrir la sentencia que se tenía contra nosotros. Y por esto, a pesar de no haber hecho nunca nada digno de castigo, le entregaron para morir en una cruz.

«Pues la paga que deja el pecado es la muerte, pero el regalo que Dios da es la vida eterna por medio de Cristo Jesús nuestro Señor.» (Romanos 6:23)

Alguien tenía que ocupar el lugar que nos correspondía como pecadores.
Y Jesús lo ocupó para restaurar nuestra relación con Dios.

Podríamos pensar que Jesús era el Hijo de Dios y podría haber evitado su propia muerte.
Sin embargo esta muerte formaba parte del plan de salvación de la humanidad.
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16)

Jesús murió en una cruz, pero su cuerpo no quedó allí, en la tumba. Él resucitó.
Porque era necesario para Dios que alguien diese su vida por ti.
Y su mismo Hijo la entregó voluntariamente.

Jesús eligió la muerte para darte la vida. Aunque nadie lo merecía.
«Y El os dio vida a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, (Efesios 2:1)

Cree en Jesús, elige arrepentirte de tus pecados (todo aquello que va en contra de la voluntad de Dios) y confía en Jesús ya hizo todo lo necesario para estar en paz con Dios. Jesús es el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. (Juan 14:6)

Si te arrepientes Dios te perdona a través de Jesús, aquel que, para que puedas salvarte, se entregó completamente, sin ningún merecimiento por nuestra parte, para morir en una cruz y resucitar al tercer día.

Hoy tienes una oportunidad de reconciliarte con Dios.
Escoge la nueva vida que Dios te ofrece, será una buena decisión que durará para siempre.

«En nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios! Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El.» (2 Corintios 5:20-21)

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Mensaje escrito por Abraham Sampedro

 

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